Otoño en las Salinas de Santa María de Jesús, en Chiclana
- hace 5 días
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Hay lugares para pajarear que siempre parecen nuevos, por muchas veces que vuelvas. Las Salinas de Santa María de Jesús, en Chiclana de la Frontera, son uno de ellos. Ya había estado en estas salinas en varias ocasiones, pero esta visita de comienzos de otoño fue diferente a las anteriores. Lo que empezó como una salida vespertina sin muchas pretensiones se convirtió en una de las jornadas más productivas de los últimos meses. La variedad de aves era tan grande que regresar una semana después resultó casi inevitable: una oportunidad para recorrer el mismo paisaje y fijarme en detalles que habían pasado desapercibidos la primera vez.

La primera visita fue sorprendente, pero la segunda lo fue aún más, con más de cuarenta especies observadas en una sola jornada.

Primera visita: una cálida tarde llena de actividad
Entre las aves que más llamaron mi atención estaban las lavanderas blancas, mi primer pechiazul de la temporada y una impresionante bandada de agujas colinegras repartida por las aguas someras. Debía de haber cientos de ellas, agrupadas muy cerca unas de otras, formando una gran bandada. Algunas se alimentaban, otras se acicalaban o descansaban, y el grupo mantenía un constante y suave movimiento .

Una de las aves destacó enseguida. Su plumaje pardorrojizo contrastaba claramente con los tonos grises del resto. Se trataba de una Limosa limosa islandica, la subespecie islandesa, notablemente distinta y uno de los mejores hallazgos del día.






Ibis tranquilos y charranes ruidosos
Mientras me arrastraba con cuidado por el barro para conseguir un mejor ángulo de las agujas colinegras, me di cuenta de que había un pequeño grupo de moritos cerca. Estaban a unos veinte metros, claramente conscientes de mi presencia, pero totalmente tranquilos. Su plumaje se veía principalmente marrón y mate, sin los brillos que a veces muestran con una luz más intensa.

A lo lejos, entre las muchas gaviotas que descansaban sobre la arena, conté alrededor de una docena de pagazas piquirrojas. Permanecían en el suelo, mientras que en otra parte de la zona —sobre el río cercano— otros ejemplares de la misma especie llamaban y se zambullían en busca de peces. Su presencia aportaba un movimiento y un sonido constantes a la escena de la tarde. Cerré la jornada con una lista larga de especies y la impresión de que el lugar seguía guardando más sorpresas.



Una semana más tarde: aún más aves
Las condiciones eran muy parecidas a las de la visita anterior, salvo por un ligero aumento del nivel del agua, probablemente debido a la marea entrante. Las bandadas de agujas colinegras seguían presentes, aunque repartidas entre varios estanques. No vi esta vez al ejemplar islandés, pero la variedad de especies seguía siendo extraordinaria.

Varias cigüeñas blancas pasaron sobrevolando la zona y, más tarde, encontré a muchas de ellas reunidas en las aguas someras junto a gaviotas y garzas. Era una escena muy típica de las salinas, con todas las especies compartiendo el mismo espacio sin molestarse entre sí: las cigüeñas avanzaban despacio por los bajíos, mientras gaviotas y garzas se movían tranquilamente entre ellas.



Otro de los momentos destacados fue la abundancia de gallinetas. Llegué a fotografiar ocho ejemplares en una sola toma, cada uno ocupado buscando alimento o persiguiendo a otro. En otra parte de las salinas, varios grupos de flamencos comunes permanecían tranquilos a lo lejos, alimentándose y descansando.





También conseguí hacer buenas fotos de un bisbita alpino, una especie que no siempre resulta fácil de ver. El ave se alimentaba tranquilamente en el barro, cerca del lugar donde había observado al pechiazul antes. Permaneció a la vista el tiempo suficiente para seguir sus movimientos rápidos y precisos mientras picoteaba entre el barro.








Es increíble cómo se puede pasar tanto tiempo en un recorrido de apenas dos kilómetros. Las horas transcurren sin darse cuenta, observando el continuo ir y venir de las aves. Cada estanque ofrece una escena diferente y siempre hay algo nuevo que mirar. La variedad y la cantidad de especies hacen que la visita nunca se vuelva monótona.



Entre las dos visitas registré casi cincuenta especies, desde limícolas y charranes hasta garzas y flamencos. Esa diversidad por sí sola explica por qué las Salinas de Santa María de Jesús siguen siendo una de las zonas de observación de aves más interesantes de Chiclana.





Que fotos màs bonitas, las cigüeñas, el pato cuchara, el pechiazul, los flamencos... Es uno de mis rincones favoritos, lo tengo muy cerquita y siempre ves muchas cositas.